Fatiga constante, inflamación, brotes inexplicables… Cuando se trata de autoinmunidad, el cuerpo habla en susurros que a veces se vuelven gritos.
Y aunque cada persona es distinta, hay tres factores que suelen estar en el centro del desequilibrio: el estrés, la salud intestinal y lo que comes a diario.
Tu cuerpo no está fallando, está reaccionando
Si vives con una condición autoinmune, sabes que no hay un solo desencadenante ni una causa simple. No es fácil cuando tu propio sistema inmunológico empieza a atacarte, pero es importante entender que esa reacción no ocurre al azar: responde a un entorno, a una historia y, muchas veces, a un cuerpo que ha estado bajo presión por demasiado tiempo.
Muchas mujeres pasan años sintiéndose agotadas, inflamadas, con dolor o con brotes cutáneos sin obtener respuestas claras. Lo que no siempre se les dice es que esas manifestaciones podrían estar conectadas con el estado de su intestino, el estrés emocional acumulado y los alimentos que consumen todos los días. Y no, no se trata de “comer perfecto”, sino de aprender a escuchar las señales del cuerpo.
El estrés: el gran amplificador del caos interno
El estrés crónico no solo afecta tu estado de ánimo, sino que también altera el sistema inmunológico. Cuando el cuerpo está en modo supervivencia constante, produce más cortisol, se inflama, duerme peor y digiere peor. Todo esto crea un entorno propicio para que una enfermedad autoinmune se active o se agrave. Y lo más desafiante es que muchas veces normalizamos ese estrés y seguimos funcionando sobre esa base sin darnos cuenta de que estamos agotando nuestro sistema.
Tu intestino: la frontera inmunológica que no puedes ignorar
Más del 70% de tu sistema inmunológico está en tu intestino. Cuando hay inflamación intestinal o permeabilidad (lo que se conoce como “intestino permeable”), fragmentos de alimentos o toxinas pueden atravesar la barrera intestinal y disparar respuestas inmunes inapropiadas.
Si tienes síntomas como hinchazón frecuente, intolerancias alimentarias que antes no tenías, brotes en la piel o fatiga después de comer, puede que tu intestino necesite atención urgente. No se trata solo de tener una buena digestión, sino de cuidar esa barrera para que no active reacciones autoinmunes.
La alimentación es definitivamente clave
Los alimentos que consumes pueden ser combustible para la inflamación o para la reparación. Muchas veces, sin darnos cuenta, estamos alimentando el fuego autoinmune con ingredientes que el cuerpo no tolera bien. Algunos de los más comunes son el gluten, los lácteos, los ultraprocesados y el exceso de azúcar.
Pero más que eliminar por eliminar, el primer paso es observar: ¿Qué alimentos te hinchan? ¿Cuáles te dejan sin energía? ¿Con cuáles te sientes liviana, estable, mejor? Porque la autoinmunidad no se trata de seguir una dieta de moda, sino de reconectar con tu cuerpo y darle lo que necesita para sanar. A veces, eso incluye retirar ciertos alimentos por un tiempo, pero también nutrirte con aquellos que apoyan tu sistema: vegetales, caldos, grasas saludables, hierbas antiinflamatorias y fermentados suaves.
Tu cuerpo no está en tu contra, está pidiendo equilibrio
Vivir con una condición autoinmune puede ser desafiante, pero también es una invitación a mirar más profundo. A identificar qué está desequilibrado, qué necesitas soltar y qué puedes fortalecer. El estrés, la salud intestinal y la alimentación están interconectados en esta ecuación, y cuando los abordas con conciencia, el cuerpo responde. A veces no se trata de hacer más, sino de hacer diferente. Y desde ahí, abrirle espacio a la sanación.